Rafting al otro lado del mundo

 

La llegada a Bihać desde Sarajevo duró 7 horas en vez de 5 gracias a que nuestro conductor se detuvo en varias ocasiones para que pudiéramos jugar futbolito y comprar cervezas y Lepinja rellena de queso con sabor a mantequilla (2,000 calorías por bocado). Las cervezas eran para intentar olvidar que nuestra vida corría peligro pues el chofer guiaba como si lo estuvieran persiguiendo dinosaurios. Este tío solo tiene 24 años y nos va a matar a todos, comentó una amiga cuando su pánico a morir en un desolado campo cerca de Jajce, incrementaba. Aunque luego de varios shots de rakija (aguardiente balcánica hija del demonio) es muy probable que estuviésemos paranoicos.

Luego de recoger dos backpackers franceses que andaban a pie a lo loco por allí, llegamos a oscuras a un campo medio sospechoso (paranoia del rakija) donde nos recibió a la luz de la luna un satito cojo juguetón, al Una Aqua Centar, un centro hermosísimo a las orillas del río Una en donde puedes acampar y tirarte una aventurita por los campos del noroeste de Bosnia. Allí nos esperaba el dueño junto a su equipo de trabajo con comida y, por supuesto, más rakija.

Madrugamos al siguiente día y luego de desayunar como campeones, nos dieron 2 shots de rakjia dis que para calentar motores (8am). Nos montamos en una guagua con varios litros de cerveza y encendieron un televisor con lo último en Turbo Folk. Ella está diciendo que su cuerpo es como una serpiente lista para atacar, me tradujo con una gran pavera una amiga el verme tan emocionada con la canción. Llegamos al spot donde comenzaríamos el rafting y nos explicaron las instrucciones de cómo remar y lo importante que era no orinarse dentro del wetsuit, todo entre un inglés matao y bosnio. Entre el rakija y un calor de más de 100 grados, más o menos entendimos.

Fue increíble remar por esos lares. El río era azul turquesa y cristalino; bebimos de manantiales tan frescos que te hacían sentir vivo nuevamente; nos lanzamos de piedras, comimos sandwichitos, nadamos en el agua congelada y saludamos a varios viejitos que pescaban por ahí. Todo estaba perfecto hasta que se nubló, y comenzó a llover como si fuera el fin del mundo. Is August, this is not normal, me dijo nuestro capitán mientras remábamos a contraviento y él descansaba muy feliz en la parte trasera de la balsa. Que se ponga a remar o lo lanzamos al agua, me comentó otro amigo en un momento de tensión donde poco nos faltó por tener un momento Lord of the Flies. Así estuvimos por casi 2 horas en un trayecto que supone durara 30 minutos. Yo solo miraba hacia abajo y remaba en automático al ritmo de los gritos de un amigo que intentaba animarnos: ¡Mételo duro hasta el fondo! ¡Como si fuera la primera vez! Así, entre sufrimiento y risas llegamos sanos, salvos y meaos dentro del suit.

En el centro nos esperaron con un cordero al palo (así como lechón a la varita) y, por supuesto, más rakija. Entre lluvia y un frío de 57 grados, comimos como reyes y bailamos como salvajes una sobredosis de Turbo Folk con nuestros nuevos amigos bosnios. Algunos no hablaban inglés, mucho menos español, pero las señales eran claras cuando te ofrecían un shot negro que olía raro: tómalo y luego bájalo con refresco, sino, vas a vomitar. El choque cultural no chocaba tanto gracias a la buena vibra de este corillo que me hacía olvidar que estaba al otro lado del mundo. Todo fue increíble, y si no te termino de convencer, mira que bien quedo el vídeo que filmaron. Altamente recomendable.

 

 

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